35 pecas.

Hija: Papá, antes de dormir, ¿Me cuentas un cuento?

Padre: ¿No tienes sueño?

Hija: Tus historias me dan sueño.

Padre: Jaja has salido crítica como tu madre.

Hija: Jaja perdón papa, una vez se la escuché a ella y me hizo gracia.

Padre: Si, definitivamente has salido a ella.

Hija: Venga bah, eres escritor cuenta un cuento papa.

Padre: Vale, ya que lo has dicho, te voy a contar el cuento del chico que quiso ser escritor antes que cualquier otra cosa del mundo.

Hija: Vale, pero recuerda usar palabras somnolientas, que tengo que dormir, me gusta madrugar.

Padre: Jaja Vale. Érase una vez un chico de más o menos tu edad, doce años o así, que vivía en una aldea muy alejada de la civilización, un sitio recóndito que no cualquiera podía encontrar, un sitio del que era muy difícil escapar debido a las rocas que lo rodeaban, por el norte las rocas impedían el paso, por el sur el mar se expandía hasta el horizonte, y por el este y el oeste solo tierra, bosque y animales salvajes, o eso le contaban al pobre chaval para que nunca se atreviera a salir de su aldea, a veces por las noches los mayores reunían a los más pequeños y los sentaban alrededor del fuego para contarles historias horribles sobre niños como él y los demás que intentaban escaparse y que nunca volvían, les contaban que a veces encontraban partes de sus pequeños cuerpos desmembrados a la salida del pueblo como amenaza de las cosas salvajes que había fuera para que nadie saliera, los niños se asustaban, algunos podían acabar traumatizados, pero eso a los adultos no les importaba siempre y cuando se quedaran allí y acabaran trabajando para ellos y para el pueblo, pero lo que no sabían es que a ese pobre niño no le estaban asustando, mientras le contaban esas terroríficas historias de miedo sobre monstruos o animales salvajes, sobre como el mar se tragaba a los que nadaban más allá de la boyas, o sobre el vacío que había más allá de las rocas, todas esas historias no asustaban al joven zagal, le intrigaban, no estaban reteniéndolo como a los demás, él se quedaba embobado y quería siempre más, era su momento favorito del día, más que jugar con los niños con los que no se entendía, le encantaba el momento en el que el sol se iba por fin y entonces encendían las hogueras y se sentaba el primero para empezar a escuchar las historias que le llevaban a otra parte, no muy lejos, pero a otra parte, entonces poco a poco él fue quien se empezó a inventar historias mientras volvía del colegio con los niños, dejaba notas en las piedras que rodeaban el camino de gente misteriosa amenazándonos si no salían de allí todos, sobre una tribu que vivía antes que ellos allí y que fueron echados por nuestros antepasados y los niños se asustaban y se los contaban a sus padres y cada día dejaba una nota hasta que se fue haciendo bola el rumor, y la gente empezó a asustarse, pero claro, no pasaba nada, porque todo era mentira, o ficción, que queda más romántico, pero la gente estaba esperando la siguiente nota o se asustaba si escuchaba algún ruido exterior ya fueran adultos o jóvenes, todos estaban pendientes de la siguiente nota, del siguiente acontecimiento, sus vidas de repente eran más interesantes aunque no se percataran de ello, y aquel niño se dio cuenta del poder que tenía contar historias, alterar la normalidad de las vidas, sacar de la monotonía, de la vida cotidiana a las personas con palabras que acuden a tu cabeza y tú solo proyectarlas, reales, ficticias, daba igual, pero lo sentía mágico en su pecho, eso le hizo creer que había muchas más historias ahí fuera que por muy peligrosas que pudieran ser que debía conocer, cargó su mochila de comida y se aventuró al oeste, y algún día volvería a aquella aldea a contarles a todos las historias que había vivido…

Padre: Bueno, ¿Te ha dado sueño?

Hija: La verdad es que un poco de sueño me ha dado, pero creo que voy a necesitar otra historia.

Padre: Vale, ¿Qué quieres que te cuente?

Hija: Mmmmm Cuéntame cómo conociste a mamá.

Padre: Vale, pero esta historia y a dormir ¿Vale? ¿Meñique promesa?

Hija: Meñique promesa.

Padre: Érase una vez un gato, aquel gato se llamaba Bicho, era naranja casi entero con pequeñas rayas blancas y por supuesto una nariz rosada, aquel gato pues era como todos los gatos ¿No?, le preocupaba comer, beber, dormir, escaparse y conocer otras gatas y volver a casa a volver a dormir, arañar cosas, correr de un lado a otro, saltar, alejarse si le pedían ser abrazado, acercarse cuando no se lo pedían y quería algo de calor, pues cosas de gato, era un gato corriente en un mundo corriente, vivía con un chico que se creía su dueño que no hacía más que dormir, beber y escribir, no era una gran motivación para aquel gato, pero que más le daba al gato mientras le diera un techo y un sitio caliente, comida y bebida y algo que arañar, aquel gato no necesitaba ambición alguna.
Una noche su dueño llego algo bebido a casa…

Hija: ¿Cómo cuando tú y mamá salís?

Padre: Calla hija no interrumpas, y no, así no, venimos contentos por volver a verte.

Hija: Si ya, claro, continua anda, con un cuento a la vez tengo…

Padre: Bueno, pues como iba diciendo aquella noche su compañero de piso que era como el gato lo veía, vino algo perjudicado y se dejó la puerta de la calle abierta, Bicho no se lo pensó dos veces y salió corriendo hacía la calle, inspeccionaría callejones, saltaría de un lado a otro, hurgaría en la basura, noche loca, y así fue, hizo todo lo que quería hacer, había quedado con otra gata y esta le dio plantón, y no le podía haber pasado algo mejor, porque todo eso le empezaba a aburrir, necesitaba expandir sus horizontes, y no solo por fuera, si no por dentro, y aquella noche no volvió a casa, aquella noche se la jugó, y a veces la vida se confabula para que los valientes tengan su recompensa, otras debo advertirte que no, pero si sigues siempre a pesar de las veces que te caes, ya sabes, los gatos siempre caen de pie, y siguen, así que esté gato tuvo su recompensa aquella noche y conoció a Neka, una gata preciosa de ojos verdes y un suave pelo grisáceo, desde entonces Neka y Bicho quedaban cada noche, se escapaban y se iban a escondidas del mundo a descubrirse, Bicho vislumbró un mundo nuevo en los ojos de Neka, charlaban y charlaban durante horas que parecían no pasar, Bicho a veces se sentía un poco intimidado, Neka era una gata lista como ella sola, y Bicho siempre había sido un gato sin mucha ambición ni curiosidad, las inseguridades de Bicho crecían, cuando quedaban con los amigos de Neka, Bicho tenía que sacar a relucir su encanto natural y gracia para compensar su torpeza a la hora de explicarse, Neka y Bicho aun así se entendían a las mil maravillas, no había nada que les diferenciara, pero a Bicho le atacaban esas inseguridades de no ser suficiente, y se esforzaba en crecer, en ser mejor, pero sus torpezas seguían ahí y a veces la jodía, Neka siempre seguía ahí aun así, no sé que vio en Bicho, de verdad que no lo sé, pero seguían viéndose, como algo imprescindible, pero un día Bicho quiso algo más que eso y Neka no podía dárselo, Bicho quería que se escaparan juntos, vivir a loco, robar comida a los que hacen campings, conocer mundo, lavarse con la lengua el uno al otro, todo juntos, pero Neka no podía darle todo eso, no podía huir con él, o no quería, ni siquiera podían ser vistos juntos a solas, imagina, Bicho sentía celos, se sentía desplazado cuando Neka hacía planes con otros gatos y gatas pero con él no podía, pero todo eso sirvió a Bicho, aquel gato se dio cuenta de que ya no era tan gato, de que ya no pasaba de todo, de que le importaban las cosas , atendía a quien le hablaba, aprendió a expresarse mejor, a comprender mejor, a interesarse mejor por todo, aquel gato era menos gato que antes, pero mejor gato, gracias a Neka, aquel gato tenía ambición, esperanza de que había algo más que lamerse sus partes, comer, dormir y beber, esas inseguridades que le impedían amar con pureza se fueron marchando poco a poco, Bicho sintió cosas que nunca había sentido por alguien y eso le hizo tener fe, lejos de hundirse, tuvo fe, porque quería eso, y entonces cuando conoció a Sinsa pudieron amarse sin complejos, y es que a veces tienes que sufrir para tener fe en algo más.

Padre: Bueno, ya es hora de dormir, que está historia si te ha tenido que dar sueño.

Hija: Si, la verdad es que algo de sueño sí que tengo, con esta historia ya me has rematado papá, pero no sé si podré dormir…

Padre: Mira si estas historias no han podido contigo no sé qué más pueden.

Hija: Podrías hacer lo que hacías para que durmiera cuando era más pequeña,

Padre: ¿Te acuerdas?

Hija: Si, me contabas los lunares, nunca llegaba al final de la cuenta.

Padre: Eres como tu madre, te acuerdas de las cosas más raras.

Hija: Jaja si, pero tengo curiosidad, ¿Hasta cuantas pecas llegabas?

Padre: Hasta cincuenta y tres hija mía, hasta cincuenta y tres.

Hija: Pues venga, remátame ya contando mis lunares y hasta mañana que sabes que me gusta madrugar.

Padre: Definitivamente has salido a tu madre.

Hija: ¿Eso es bueno?

Padre: Eso es lo mejor que me podía pasar.

Hija: Venga empieza que no tengo toda la noche.

Padre: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29…

Hija: Oye papa, al final Neka y tú acabasteis juntos… ¿Verdad? Neka es mamá…

Padre: Si hija…

Hija: Sabía que era mamá, ay, tú y tu fe, buenas noches papa…

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