Asómbrate a ti mismo y nadie podrá negarte el sol.

Texto inspirado en la frase de

@SrtaChinaski 

Asómbrate a ti mismo y nadie podrá negarte el sol.

Para ser un buen optimista primero debes haber sido un gran pesimista, eso le había ocurrido a David, era incapaz de dejar el vaso medio lleno, siempre lo dejaba vacío y de un trago, no daba oportunidad alguna a crearse una falsa ilusión que le pateara el culo unos segundos más tarde, era implacable, el más rápido del Oeste, si veía en su cara una mueca de esperanza, su cabeza recibiría a los segundos un disparo que eliminara todo rastro de anhelo, así era David antes de escalar aquella montaña.
Y sin embargo, a pesar de toda esa negatividad de la que se impregnaba, él quería ser escritor. ¿Hay sueño más iluso?
Escribía pero no se sentía escritor, nadie le había dicho entonces que la escritura no se escribe, la escritura se vive, se tuvo que dar cuenta él mismo, que para tener lo que amas primero tienes que matar lo que tienes, y empezar de nuevo.
Le habían hablado de aquella montaña, otros la habían intentado escalar, sólo los rumores proclamaban que algunos lo habían conseguido, era un suicidio, un bello suicidio, si había que morir que fuera empalmado por el éxtasis de la lucha, ¿no?
Dejó todo atrás y se dispuso a escalar esa montaña, las nubes oscuras vaticinaban lo que podría ser un destino desastroso, miró al cielo desafiante y se dispuso a escalar.
Todo sencillo al principio, un pie aquí, una mano allá, el suelo se dejaba atrás y no echaba la vista abajo no fuera que el vértigo que tenía le hiciera tropezar.
Él creía que todo iba bien, se sorprendía a sí mismo de lo fácil que le resultaba avanzar, él creía que era cosa de la altura y que estaba empezando a alucinar, pero de una pequeña cueva en mitad de la montaña una especie de espectro levitaba, era una mujer de pelo rojo, con una piel blanca que casi deslumbraba a David, del susto casi tropieza y cae al precipicio, totalmente desnuda el pelo largo le tapaba los pechos y su sexo se difuminaba con la niebla que ella misma provocaba, apareció y le dijo a David:
“Si tú llamas poesía a esto me da pena la pobre poesía, la maltratas, debería denunciarte por violencia contra el arte”.
Y despareció. David se quedó helado, no supo reaccionar, hizo caso omiso y siguió escalando, cada paso iba complicando más el viaje, cada roca era más resbaladiza, más puntiaguda, pero apretó los dientes y dejó que sus manos se ensangrentaran mientras escalaba, ya no había vuelta atrás, le estaba cogiendo el gusto al sabor de la sangre en la batalla.
Pero comenzaba a debilitarse, sus voces cantaban a coro que jamás lo conseguiría, las manos blandas y endebles de David sólo se volvían fuertes rodeando las botellas o la cintura de una mujer, pero nunca había tenido que agarrar sus sueños porque nunca había creído en ellos ni en él mismo, no se veía capaz de sobrevivir a esa montaña, y no volvería a casa como un perdedor otra vez, se dejaría caer y todo acabaría como había sido toda su vida, siendo un eterno casi.
Y de repente la chica de pelo rojo volvió a salir de otra cueva, esta vez David se soltó de una mano del susto y quedó suspendido en el aire mientras la escuchaba:
“Tus textos no tienen personalidad, tienes que encontrar tu estilo propio, dejar de querer ser como los demás y ser tú mismo”
Y volvió a desaparecer. Los pies de David colgaban, sólo una mano le sostenía y allí, solo, y sin nadie para ayudarle, decidió rendirse, soltarse, adiós, fue un placer besarte, vida, siento haberte dejado mi apestoso aliento en la boca, más suerte con la próxima persona que toque tus labios.
Y, cuando su dedo índice era lo único que le mantenía con vida, cuando dejó de tener miedo porque ya no tenía nada que perder, cuando la esperanza desapareció de su sistema, cuando todo lo que anidaba en su cuerpo era la nada, una chispa se prendió en medio de aquel vacío, un Big Bang creado por la mezcla de una rabia incontenida de querer levantarse de nuevo que sólo un perdedor puede tener y por la rebeldía indómita que sólo un escritor puede tener, agarró con fuerza la siguiente roca, consiguió colocar sus pies y volvió  a escalar, cada empujón vertical hacia sus músculos más fuertes, sus piernas bailaban sobre las rocas, se deslizaba, por primera vez en su vida empezó a creer en él, a descubrirse, a sorprenderse, él no sabía si era por las palabras de la chica de pelo rojo, que le habían pegado un empujón para sacarle de su zona de confort y poder superarse, pero en cierta forma se lo agradecía, subió y subió, empezaron a caer rocas del cielo, y él las esquivaba con soltura, alguna le rozaba y eso le mantenía alerta para no relajarse, se enfocó, miró hacia arriba, nunca hacía más hacía abajo, llegó a una pequeña superficie, la montaña se perdía en el infinito, pero las nubes comenzaron a alejarse cuando el sol empezó a asomarse casi tímidamente. Poco a poco el sol empezó a alumbrar a la montaña y, a David, el aliento se escapaba de su boca mientras observaba cómo el sol se adentraba entre las nubes, una voz a su espalda, la chica del pelo rojo, pudo adivinar, apareció de la nada para decirle:

Asómbrate a ti mismo y nadie podrá negarte el sol.

Miró hacia atrás y ya no estaba, sonrió, dejó que toda la esperanza inundara su gesto, luego lo ocultó, hay que ser optimista pero sin que se note que lo eres, que te pegan.
David siguió escalando la montaña, aún sigue escalándola, y ya nunca dejará de escalarla, como nunca dejará de ser escritor.

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