El Apocalipsis debes ser tú.

Parte 1. David.

David camina por la calle de vuelta a su casa escuchando uno de sus grupos favoritos, las letras de las canciones se le escapan de la boca, la vida es un videoclip y anda al ritmo de la música, se imagina la coreografía, los pasos de cada estribillo o melodía, acaba de acompañar a la chica de la que está enamorado a casa, él imitó un acento francés que le hizo gracia y ella río a carcajadas, a él le gustaría que esa fuese la banda sonora de su vida, se dan un abrazo y se queda mirando hasta que se mete en el portal con la esperanza de que se dé la vuelta y le sonría, a veces no lo hace pero David siempre fue un hombre de fe.
Y vuelve a su casa levitando al ritmo de Fall out boy, y aunque no sea verdad siente que todo el mundo le sonríe y le saluda, es de noche, pero hay más luz que nunca, a veces quiere decirle que la quiere, que quiere estar con ella hasta que aguanten y luego un poco más, le quiere decir que la quiere cada vez que se dan las buenas noches, quizá así dormiría mejor, pero esta vez se calló de nuevo, mira el móvil para ver si le ha escrito mientras espera en el semáforo, casi está bailando, va a cruzar de las ganas de volver a escribirle al llegar a casa, pero un urbano se acerca, tendrá que esperar, el urbano no frena, derrapa, a David no le da tiempo a reaccionar, el bus cruza la acera y se lleva a David por delante, yace muerto sobre el asfalto, no le pudo decir que ya estaba en casa sano y salvo, ni que la quería, <<Ella lo sabe>> pensó antes de ser atropellado, ese fue su último consuelo, su último pensamiento.

Parte 2. Roberto.

Su gran sueño era la fórmula 1, incluso antes de que se pusiera de moda en nuestro país, soñaba con coches rápidos, soñaba con volar sobre cuatro ruedas, el olor a neumático quemado y la gasolina, quería sentir lo mismo o más que cuando jugaba con sus coches de pequeño, que podía ir donde quisiera, lejos, huir, ser libre.
Sobre todo desde que su padre le rompió los coches al pisarlos al llegar a casa borracho sin percatarse de la presencia del niño que jugaba ilusionado en el pasillo, desde entonces todo lo que ha hecho en su vida es querer ser piloto y largarse lo más lejos posible de su casa. Roberto tuvo una madre excepcional, una madre que mantenía la alegría en el hogar, les mantenía unidos, era su ojito derecho, ella le cuidaba cuando el padre llegaba borracho, y siempre le mantenía alejado de las miserias de su matrimonio, cuando le acostaba en la cama le prometía que muy pronto se largarían juntos, que estaba ahorrando para largarse de allí y empezar de nuevo sin el zoquete de su padre, eso a él le hacía dormir en paz cada noche, por fin se alejarían de ese infierno, <<y lo primero que haremos al irnos será comprarte otros coches de juguetes y te enseñaré a conducir>> le decía, Roberto dormía en paz gracias a su madre. Pero un día su madre enfermó, y a los pocos meses murió,  en el último abrazo que se dieron, su madre le susurró al oído, <<sé más fuerte que él, aguanta y luego huye… hazlo por mí, huye>>.
Ninguna noche desde entonces pudo dormir en paz, sin la madre, el padre de Roberto cogió el control de la casa y ahora la casa se mantenía siempre sucia, llena de borrachos del barrio, llena de gritos, de peleas incluso, a veces le obligaban a beber por diversión, solo tenía 12 años, lo emborrachaban hasta dejarlo inconsciente, le quitó del colegio para que se pusiera a trabajar en el campo, <<Tienes que ganar tu dinero, la priva y la comida no son gratis ¿Sabes? Tienes 13 años, yo a tu edad ya sabía hacer de todo>>, con los años la cosa no cambió y Roberto solo pensaba en largarse, pero todo el dinero se lo quedaba el padre y se lo gastaba en cerveza y vodka, cuando se iba a dormir lloraba acordándose de su madre, estaba aguantando pero tenía que largarse ya antes de que fuera tarde, al año siguiente empezaron los abusos, el padre llegaba borracho a casa y se metía en la cama de Roberto gimiendo el nombre de su difunta mujer entre lágrimas, Roberto permanecía inmóvil, impotente y viendo como la vida se le rompía de nuevo en pedazos, cuando cumplió 18 años se largó, sin nota de despedida, justo el mismo día de su cumpleaños desapareció de lo que desde la marcha de su madre ya no era un hogar, sino una cárcel, no tenía nada, pero eso es lo perfecto para empezar de cero, conoció a Valentina en una cafetería, era muy dulce con él y siempre le echaba una galletita de más con el café, le ofreció trabajo y empezaron a trabajar juntos, pronto, a salir juntos, ella le animó a que estudiara de nuevo, a sacarse el carnet a intentar cumplir sus sueños, le recordaba a su madre, era tierna, afectiva, no perdía nunca la sonrisa, ella le leía en la cama en voz alta, a los dos les encantaba, y Roberto volvió a dormir en paz.
Roberto había crecido con la necesidad de un apoyo que le sostuviera el infierno que llevaba dentro, y cuando Valentina no se lo podía dar, explotaba, o simplemente se hundía, requería un mantenimiento demasiado exhaustivo, Valentina terminó los estudios y dejó la cafetería, consiguió un trabajo que le hacía viajar mucho y Roberto nadaba en inseguridades y celos, bebía cuando ella no estaba en casa y empezó a odiarse porque empezó a parecerse a su padre, sus ambiciones se quedaron cortas, pero al menos conducía algo, un urbano, Roberto a veces pensaba en qué pensaría su padre al verle siendo responsable de tantas vidas y de tener un trabajo respetable que a él le gustaba a la vez, <<Seguro que les acabas matando a todos porque eres un inútil y un desastre>> pensaba que sería la respuesta, Valentina siguió con su vida lejos, las relaciones se acaban, se agotan, Roberto requería mucha entrega, aquella noche mientras conducía borracho aquel urbano pensó en su padre, pero cuando derrapó y se llevó por delante a aquel chico sobre todo pensó en su madre, <<Teníamos que haber huido cuando era la ocasión mamá, lo siento…>>

Parte 3: Alfredo.

Alfredo tenía varios hobbys, uno de ellos era desobedecer a su padre, eso en los sesenta provocaba un castigo bastante severo, palizas y palizas pero le daba igual, solo por la emoción de escaparse de vez en cuando, incluso ver la cara de cabreado de su padre le motivaba. Su otro hobby era ir a misa, no porque fuera creyente, de hecho tenía más dudas que creencias, pero allí se juntaba con sus amigos y podía hacer más trastadas, le encantaban las hostias recién traídas de la panadería, y a veces bebían vino a escondidas, se gastaban bromas entre ellos, era como su pequeño recreo de la vida, solo tenían que aguantar el sermón del cura y de los catequistas, pero todas esas palabras llenas de fe en lo único que hacían pensar a Alfredo eran en gastar bromas, la religión había creado a otro bromista, convertía el vino en agua, el pan (las tortas) en piedras finas, por supuesto nunca colaba, pero se reía solo con imaginar las caras cuando lo descubrían, cuando lo descubrían su padre le daba palizas, pero eso no le paraba, más bien le motivaba, sus bromas empezaron a hacerse más heavys, le levantaba el habito a las monjas, pegaba la biblia con pegamento, ponía chinchetas en los asientos de la iglesia o del confesionario, ni los duros golpes de su padre podían pararlo, era un demonio a los ojos del señor, probablemente solo quería llamar la atención, quizá cuando su padre le regañaba o le pegaba era el único momento en el que se daba cuenta de que existía, quizá, quizá solo era un niño haciendo trastadas porque no tenía nada más a lo que aferrarse, quizá pensaba que merecía un castigo porque toda la vida le habían dicho que era malo y entonces le daba motivos para que así fuera, no lo sé, pero entonces el padre ya harto de darle de hostias, le llevó al cura del pueblo, tenía fama de severo el Padre Alejandro, seguro que le ponía firme, pensó el padre.
Pero al principio fue amable, le leía pasajes de la biblia, pero al ver que Alfredo no le prestaba atención le dijo: <<bah, háblame de ti, ¿Qué quieres ser de mayor?>> le preguntaba por él, le escuchaba con atención, al principio pensaba que era una trampa, pero al poco tiempo sus pequeñas reuniones se fueron haciendo amenas, casi necesarias para el pequeño Alfredo, el padre Alejandro le contaba historias de sus viajes de misionero por África, desde entonces Alfredo quería visitar ese sitio tan mágico del que le hablaba, esas reuniones eran un bálsamo antes de tener que volver a casa y ver como sus padres le ignoraban, Alfredo se sentaba a cenar con ellos y les pedía que le contaran historias, pero siempre le ignoraban, el silencio y la rectitud reinaban en la mesa. Por lo que en Alfredo aún seguía viva la llama de las travesuras, pensaba que algún día contaría esas historias y la gente se reiría, la gente quiere historias en la vida, y él se las daría, aquella vez se pasó y meó en el vino, esta vez el padre Alejandro no se lo dijo a los padres, le llevó al despacho y empezó a gritarle que no tenía solución, que el diablo estaba en él, que había confiado en su inocencia pero que ya era tarde, estaba corrompido, que su malicia iba a traer el fin del mundo, Alfredo se empezó a sentir culpable por primera vez y se puso a llorar, es verdad que le había fallado, el padre Alejandro se acercó y le abrazó… Cada vez con más fuerza contra su muslo… le acariciaba el pelo y le pedía que se tranquilizara… pero que se merecía un castigo, y empezó a tocarle, Alfredo estaba tan confundido que sentía que se lo debía, así es el poder de la manipulación, y así estuvieron durante meses, el cura le gritaba mientras le castigaba << ¡el apocalipsis debes ser tú!>>
Cuando se empezó a rumorear temas de abusos de más niños por el pueblo mandaron al padre Alejandro lejos, nadie supo donde, Alfredo ya no hacía bromas, se volvió un chico serio, pronto un hombre serio, se enamoró de una joven buena mujer que siempre le leía cuentos, historias antes de dormir, ella nunca supo nada, no quería que sintieran pena por él, no quería que eso le hiciera ser menos hombre, porque así les educan, y a su padre, y al padre de su padre, él tuvo un hijo con su amada esposa, se juró que le dejaría expresarse, pero a la hora de la verdad solo hizo lo que le habían enseñado, llamó a su hijo Roberto y le compró unos coches de juguetes, un día llegó a casa borracho y los destrozó, sintió tanta vergüenza que nunca habló del tema ni hizo por arreglarlo, le habían metido en la cabeza el castigo como forma de vida, a sí mismo, no le habían enseñado que su sufrimiento afectaba a sus seres queridos, <<la vida es una broma que se nos fue de las manos>> pensó y se abrió otra cerveza.

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