Desde que las collejas de mis compañeros ponían enrojecida mi nuca he
sentido la necesidad imperiosa de expresar todo lo que rueda, gira, se
desliza y se atraganta en mi estómago a través de las palabras, he
sentido la necesidad de trasladar cualquier sentimiento o idea a algo
que pudiera tocar, que pudiera ver o escuchar desde que empecé a
formarme como persona, y nunca he podido controlar ese hambre en mis
tripas de vomitar sin filtro todo lo que masticaba antes de meterme los
dedos para que todos vieran de qué color es mi esencia, y no lo hacía
para buscar aprobación, eso es de ganadores, lo hacía porque así se
hacía real, lo hacía porque así me sentía conectado con la gente que lo
leía y no me hacía sentir tan solo, lo hacía porque no escribir para mí
es como aquella tortura medieval en la que te atan un cubo en la barriga
llena de ratas y calientan el cubo para que busquen una salida hacía tu
piel, pues esa necesidad de escribir y exponerlo es lo mismo, pero al
revés, las ratas están dentro esperando a salir a través de ti huyendo
del fuego, así me siento, pero me pasa una cosa, a mí me gustan las
personas (series, películas, libros etc) que me hacen aunque sólo sea
por un segundo replantearme lo que yo tenía establecido como idea en mi
cabeza, y ahora tengo mi cajón lleno de hojas con palabras bonitas y
crudas que quieren tocarte, pero desde que te conozco sé, que a veces
estar callado es también un gran acto de amor.
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