El miedo que me hizo valiente, el agua que da vida a la roca, y el water por el que desaparezco.



Cuando era pequeño vivía con miedo constantemente, temblaba de terror por el simple hecho de estar vivo, de estar en algún lugar, de estar rodeado de personas, mi cuerpo se volvía gelatinoso, las piernas me traicionaban, el sudor frío sobre mi ceño fruncido resbalaba, mis dulces hoyuelos ocultos ante la máscara que me ponía para esconderme de las miradas, y mi estómago gritaba y pataleaba hasta dejarme encorvado y con la cabeza agachada, nunca supe hasta ser mayor hasta donde llegaban los edificios en mi pueblo.
Pero había un sitio donde me sentía seguro y sin miedo, donde estaba tranquilo y nada me asustaba, era un rincón más bien, yo llevaba siempre mi pijama cutre y en la esquina de aquel sofá me arrinconaba y me adhería a mi madre, y ella ponía sus alas sobre mi tibio cuerpo, y sentía el fuego del hogar en mi pecho.
Empecé a crecer y ya era lo suficientemente adulto como para ser gilipollas y considerar que ya no era necesario quedarme abrazado a mi madre hasta quedarme dormido, salí al mundo real, y como siempre, tenía miedo, miedo de no encajar, miedo de no ser visto, miedo de no poder elegir estar solo si no estarlo, miedo de no conectar, miedo de no ser útil, miedo de no ser suficiente, mentiría si dijera que esos temores no deambulan por las paredes de mi cráneo de vez en cuando, pero por aquel entonces, esos miedos que al fin al cabo son fantasías que uno se crea, se estaban convirtiendo en realidades, quizá animadas por el propio miedo ¿No?, pero ahí estaban mis peores pesadillas traspasando la carne y señalándome con el dedo, convirtiéndose en monstruos debajo de la cama, en risas en los pupitres de al lado.
Yo llevaba gafas por aquel entonces, bien grandes, y cada mañana subía las casi mil escaleras al colegio y antes de entrar a clase me sentaba al lado de la torre que observa el mar en mi pueblo y veía todo, veía el agua inundar mi vista, el pueblo a mis pies, y el sol salía e imponía su decreto por todo su imperio, y sentía cada vez que miraba que era una luz diferente la que nos iluminaba, nunca había un amanecer, un atardecer o un anochecer igual. Y allí estaba yo, con mis gafas gigantes, observando el mundo desde la cima antes de ser devorado por el miedo y sus garras, y me quitaba las gafas y veía todo borroso, y deseaba poder contar que veía con mis propios ojos, porque tampoco había dos ojos iguales, dos vistas iguales, y yo quería contar la mía, aunque fuese borrosa, y no tuve miedo por primera vez fuera del nido y me puse a escribir entonces en ese sucio pupitre, y desde entonces, escribir también forma parte de mi hogar.
Y durante años así fue, rodeé mi vida de escritura, viví acorde a lo que la tinta me dictaba, porque así dejaba de tener miedo, porque así luchaba contra mi guerra interna, porque ya que iba a estar siempre en una eterna pelea, necesitaba mirar una postal y saber que algo me esperaba en casa, y eso me daba fuerzas para seguir peleando, una esperanza, y eso ha sido la escritura para mí toda la vida. Y aún lo es joder.
Pero cuando las risas respondían a mis letras, cuando los aplausos rodeaban los escenarios en los que me exponía, ya no era tan mío, a pesar de estar cumpliendo el sueño de aquel niño con gafas gigantes, contar historias con mis ojos borrosos, que vieran como yo, ser útil, había algo que fallaba, los sueños cumplidos son así de jodidos, no hay gloria sin veneno, y yo sentía que demasiada gente entraba en mi casa, y a pesar de que había gente maravillosa que puede entrar cuando quiera y por la que doy gracias, hay mucha gente que me deja la casa destrozada, sucia, con pisadas y manchas en la pared, des purificada.
Y me acabé convirtiendo en una persona que no quería ser, en un escritor que no quería ser, amargado por convertir una virtud en un vicio, en un anhelo que llenar en vez de llenarme con el simple hecho de escribir.
Al final siempre he buscado un lugar donde sentirme a salvo, abandoné los brazos de mi madre porque sentía que tenía que vivir sin miedo fuera del nido, empecé a escribir porque tenía que explorar y porque necesitaba un arma con el que defenderme, pero ahora paro por un tiempo para ustedes, necesito la casa para mí, necesito ser mi propio rincón seguro.
He tenido miedo toda mi vida, el miedo me ha hecho cometer estupideces, me ha hecho perder cosas que he querido, me ha hecho hacer cosas que no se pueden arreglar, si no aprender a vivir con ello.
Pero si lo pienso, el amor es lo que siempre me ha hecho ser valiente y exponerme, el amor de mis padres me dio valentía para salir a la calle, el amor a la escritura para mostrarme tal y como soy, sin filtros ni rimas, y el amor por alguien me ha hecho superarme, enfrentarme a los miedos, cuestionarme y evolucionar, espero algún día incluso conocer un amor tan grande, que llegue a perdonarme, no lo sé, pero cuando me he sentido vulnerable ante la grandiosidad del amor, más gigante me he sentido, y me asusta perder esa sensación, no quiero que se vaya, quiero seguir sintiendo que estoy en casa al mirarla, esta carta de casi despedida no iba de amor, pero me he dejado llevar, lo prometo, el amor es muchas cosas, nunca innecesario, y nosotros somos una roca, como la tierra, y necesitamos agua, y ella es (o fue) mi agua, y yo quería ser su agua también, o un pequeño árbol que diera algo de oxígeno en su roca, no sé, algo, pero siento como todo se evapora, y mi roca se queda huérfana, y ya no tengo pijamas cutres, y escribir se ha convertido en un acto perverso, y no dejo que nadie se acerque a la atmosfera de mi viejo  planeta, y me siento solo cada día de mi vida, y lo peor es que pienso que lo merezco. Ya veis, escribir ya no me salva, y me da miedo no volver a disfrutar escribiendo, estoy más aterrorizado que nunca, y ya no me siento seguro en ningún lugar, y por eso escribo esta carta de (casi) despedida, porque soy incapaz de avanzar en mí novela, y llevo semanas mirando hojas en blanco, y no me siento preparado para seguir escribiendo ni para ser amado, y tengo miedo de perder lo único que me queda, que ya es la escritura… y no paro de cagar como diez veces al día, y tengo miedo de desaparecer por el jodido wáter.

Comentarios