Oda a los escenarios.


Os confieso algo, no disfruto de escribir igual que no disfruto de vomitar,
después siempre me siento mejor y gozo de los momentos previos ebrio de emociones, pero no disfruto de escribir como no me complace regar el suelo o la porcelana con mi bilis.
Os confieso otra cosa, echo de menos los escenarios, siento como si una mano invisible hubiera arrancado la columna vertebral de mi alma de un tirón, porque una cosa buena que tenía escribir era el momento en el que abrías la caja torácica y decías: ‘Venga, esta es mi criatura, asistid a mi parto, manchaos las manos con la sangre y las babas de mi abominación más deforme y preciosa, de mi hermoso desastre, rían, lloren, bailen, sientan confusión, sientan contradicción, sientan vergüenza ajena, sientan, joder, sientan algo, que os vais a podrir si no sentís algo, tomad, que salpique, ahora es vuestro, manchaos las manos’.
Una última confesión, tengo miedo de que el tiempo anule mi capacidad de hacer reír y entretener desde el escenario, de que se apaguen los focos dentro y que sea incapaz de ver como antes, la gente me dice que es imposible, que lo llevo dentro, pero tengo miedo de perderme, de alejarme y de que el escenario deje de quererme como lo hacía antes. ¿No os pasa?
Ya fuera apoyado en la barra, en primera fila o en el escenario, llevo años mamando cada día de lo que emanaba de vuestras tripas, he visto de todo, he visto lo que sois capaz de hacer, recitando, cantando, tocando, actuando, improvisando o simplemente mostrando vuestras vulnerabilidades para renacer más fuertes, he conocido a personas tan bellas, no os olvido.
En el escenario me han insultado, me han interrumpido, me han dicho que me quieren sin tener que decir te quiero, he dicho te quiero, he hecho el amor, he sufrido viendo como se iban con otras personas, he contado mis mayores traumas, he temblado, me han abrazado, me han sostenido sin tener que tocarme, he reído, joder si he reído, he reído hasta cincelar arrugas en mi cara que ahí se quedarán para recordar todo lo que reí.
Pero ahora estoy triste, y eso que todos los caminos que me acercaban al escenario me llevaban de la mano también al borde de la pobreza, de la frustración otras veces, pero joder, cuando sale bien, cuando sujetas ese hilo invisible que te une a las personas, hace que todo sufrimiento tenga su recompensa, que todo merezca la pena, la felicidad está donde está lo que amo, no en lo que gano.
Y yo siento, como última confesión, que no voy a volver a ser del todo feliz hasta que me muestre ante ustedes y os salpique con mi agridulce diarrea verbal. No seré feliz hasta que vuelva unir mi risa y emociones con ustedes. Lo confieso. No os olvidéis de los escenarios, volveremos.

Comentarios